en aquel entonces éramos dieciocho en la manada. pernoctábamos en la cueva, abajo en la playa, o arriba en el bosque. era verano y a ninguno nos importaba dormir apretados.
mis preferidas siempre fueron las noches de hoguera, en las que suenan grillos y alguien toca la guitarra suave, puede haber vino quizás y tal vez marihuana y sin problemas; fluyen tenues conversaciones ocasionales sin miedo al silencio.
en los días de carrera y aventura surcábamos la isla todos juntos nunca solitarios, aullando la manada al ocasional encuentro de frutos o dátiles sabrosos. luego comíamos en el río, charcas artificiales entre árboles y juncos... paradisíaco.
la playa era para las noches de sexo.
el bosque para los días de juego.
el sexo lo jugábamos en realidad, por todas partes entre todos y sin problemas.
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